Los grandes debates cerveceros no siempre tratan sobre cuestiones tan fundamentales como los tipos de fermentación, el uso de unas u otras maltas o las diferentes variedades de lúpulo de una receta. El interés popular por la cerveza pone en ocasiones el foco en otros aspectos más sencillos y cotidianos de su consumo, pero no menos importantes, como puede ser el que hoy nos ocupa: la elección entre lata y botella.
La posibilidad de adquirir cerveza en envases metálicos en España es relativamente reciente, al menos si la comparamos con la de hacerlo en botella. Las bebidas en lata comienzan a tener presencia en nuestras tiendas y supermercados a finales de los años 70, mientras que las botellas ya contaban entonces con una historia centenaria.
Aquellas primeras latas no eran ni mucho menos como las actuales, ya que este tipo de envase ha evolucionado rápidamente. En primer lugar, cambiando su material de fabricación del acero al aluminio, más neutro y ligero, y en segundo lugar, mejorando su recubrimiento interno con
una fina película que impide por completo el contacto del líquido con el metal y con ello la transferencia de sabores.
Estas innovaciones han hecho de la lata un envase perfectamente equiparable a la botella de vidrio desde el punto de vista organoléptico, ya que conserva intacto el aroma y sabor de la cerveza desde su envasado hasta el momento de consumo. Incluso podemos decir más: al ser 100% opaca la lata protege mejor a la cerveza de la acción de la luz que el vidrio oscuro, detalle este de especial importancia en las variedades más lupuladas como las IPAs.
Desde otro punto de vista, los sistemas de apertura con mecanismos que quedan unidos al resto del envase han evitado la indeseable presencia de anillas sueltas tiradas por la calle, facilitando además el reprocesado del envase al completo, ya que el aluminio de la lata es un material altamente reciclable. Y cada vez son más los fabricantes que han eliminado el plástico exterior de los packs de latas y lo han sustituido por cartón reciclado. Todo ello hace que la lata también sea un envase aceptable desde el punto de vista de la sostenibilidad medioambiental.
Si a esto le añadimos que la lata pesa menos que el vidrio de la botella facilitando así su transporte, que ocupa menos espacio en el frigorífico, que el líquido se enfría antes y que reduce el riesgo de rotura accidental, ¿por qué aún cuenta con tantos detractores entre los aficionados a la cerveza?
Las respuestas pueden ser muy variadas, entre ellas la de algunas personas que consideran la lata mucho menos atractiva para presentarla en la mesa, pero la más habitual es la idea de que su cerveza no les sabe igual que cuando la toman en botella. Si tenemos en cuenta que el líquido es el mismo en uno y otro envase y que el proceso de pasteurización (cuando lo lleva) en ambos es similar, ¿existe realmente esa diferencia de sabor entre la misma cerveza en lata y botella o estamos condicionados por otros factores a la hora de juzgar?
Desde un punto de vista objetivo no deberíamos encontrar diferencias de sabor entre el líquido de ambas opciones, siempre que las sirvamos en copa o vaso para beberlas, claro.
De lo contrario, es fácil entender que al aproximar la lata a la boca para beber también la acercamos a la nariz, inhalando
su aroma metálico e incorporándolo al conjunto de matices que percibimos globalmente como sabor.
Pero si no estáis muy convencidos de que esto sea así os proponemos un pequeño experimento: comprad la misma cerveza en lata y botella, enfriad las dos por igual y pedid la colaboración de alguien para que os las sirva en vasos idénticos con los que hacer una cata comparativa sin saber cuál es cada una.
Probablemente encontréis pequeñas diferencias entre una y otra, que se deberán al lote de fabricación o al menor o mayor tiempo que haya pasado desde que se elaboraron, pero comprobaréis que es realmente complicado (factor suerte al margen) adivinar por su sabor cuál es la de lata y cuál la de botella.
¡Salud!