Si sois habituales de nuestros posts ya conocéis mucho sobre el proceso de elaboración de los vinos, si no, podéis empezar ahora a través de los artículos dedicados a la crianza de los vinos , a la maceración carbónica o a los vinos espumosos: cava y champagne.
En ellos desgranamos muchos de los procesos que convierten el fruto de la vid en vino. Hoy nos vamos a centrar en uno de ellos: la fermentación maloláctica. Para ello recordemos el proceso de elaboración del vino tinto:
Como su propio nombre indica, la fermentación maloláctica, es una segunda fermentación que realiza el vino. Hemos puesto como ejemplo la elaboración del vino tinto ya que prácticamente la totalidad de ellos la realizan, mientras que, en los blancos, el elaborador decidirá si quiere o no.
Y aquí surgen las preguntas, ¿por qué unos sí y otros no? ¿qué nos aporta? ¿cómo influye en los vinos? ¿lo voy a notar cuando disfruto de una copa?.
Pues sí, se nota y bastante. La fermentación maloláctica consiste en la transformación del ácido málico, presente en las uvas de forma natural, en ácido láctico.
El ácido málico, para que lo entendamos, es aquel que notamos por ejemplo cuando mordemos una manzana verde, con marcada acidez, frescor y que nos hace salivar. Por ello, muchos blancos que escogen este perfil de vino lo mantendrán sin realizar esta segunda fermentación.
Mientras si buscamos una crianza, en los tintos es muy habitual la fermentación maloláctica porque los trasforma en ácidos más suaves, cremosos y redondos beneficiosos para la crianza de los vinos.
¿Cómo lo notaremos nosotros en nuestra copa de vino? Pues aparte de una acidez más marcada como ya hemos dicho, la fermentación maloláctica aporta aromas de yogurt, nata o mantequilla.